La Logia Masónica Mendizábal, de Arturo Cortés
Aquel día, Albacete amaneció monárquico y se acostó republicano. Fue el 14 de abril de 1931, hace ya ochenta años. Esta transformación, paralela a la que vivía el resto del país, está aún rodeada de mitos, errores e interpretaciones más viscerales que documentadas. Ni fue el espontáneo estallido de una idílica utopía colectiva, ni un golpe civil de fuerzas oscuras. El cambio llegó facilitado por el estado agónico de una monarquía cuya extrema debilidad permitió que la transformación se hiciera de manera tan fácil que hasta sorprendió a los propios republicanos. Republicanos y socialistas no ganaron las elecciones municipales del 12 de abril, tampoco en Albacete, pero su triunfo en las mayores ciudades permitió desencadenar el proceso, sin apenas resistencia de un bando monárquico en liquidación.
En Albacete, aquel 14 de abril el cambio de régimen tuvo guión y actores muy determinados, que hicieron su papel con notable eficacia. Sin duda, si la llegada de la Segunda República a Albacete tuvo alguien parecido a un líder, una cara visible, esa persona fue Arturo Cortés. Médico, procedente de Sax, se había instalado y formado familia en Albacete, donde se casó con Purificación Gil. Había conspirado contra la dictadura de Primo de Rivera, y había sido elegido en septiembre de 1930 representante de la provincia en la Asamblea Nacional de Alianza Republicana. Ya había sido concejal en 1921; promovió organizaciones republicanas relacionadas con Manuel Azaña y especialmente con José Giral; era masón, como otros destacados republicanos de la provincia.
Y fue José Giral, desde el Comité Revolucionario de Madrid, quien le indicó a Cortés que tomase lo que quedaba del poder monárquico. El historiador que más atención ha dedicado a esa etapa del pasado en la provincia, Manuel Requena, lo cuenta así: «A las 16.30 horas, después de una conversación telefónica entre Arturo Cortés y Giral, se accionó el plan de actuación para ocupar los centros de poder y proclamar la República. Inmediatamente, los republicanos Cortés y Nicolás Belmonte se personaron en el Gobierno Civil, solicitando al gobernador demócrata, Julio Fernández Codórniga, la retirada de la fuerza pública de las calles y la entrega del mando y, a cambio, garantizaban el orden. Éste accedió». Julio Fernández, político y periodista leonés, no podía tener demasiado apego al mando; había sido nombrado gobernador de Albacete el 3 de marzo, de modo que se tuvo que marchar antes de acabar de instalarse. Además, el flamante ministro de la Gobernación, Antonio Maura, se dedicó ese día a llamar personalmente -lo cuenta en sus memorias- a cada gobernador para ordenarle: «ahora mismo entrega usted el mando al presidente del Comité Republicano y, en su defecto, al presidente de la Audiencia».
Y eso fue lo que se hizo en Albacete; el 'mando' se entregó al presidente de la Audiencia, Enrique Rubio; esta interinidad sólo duró hasta que el día 17 se publicó el nombramiento del primer gobernador republicano, que fue el propio Arturo Cortés. Volviendo al 14 de abril, una vez que se garantizó que no habría problemas en las calles se formó una gran manifestación, que hizo paradas en lugares como el Círculo Republicano y la casa del Pueblo. La marcha, con vivas a la República y algunas banderas tricolores, recorrió buena parte de la ciudad.
En el Altozano, dirigentes republicanos y socialistas entraron al Ayuntamiento (actual Museo), se colocó una bandera en el balcón y el concejal Alberto Ferrús proclamó la República. Aquella bandera había sido donada por un vecino, Manuel Nieto, «en honor de su hija, llamada República». También se acordó crear un organismo que fuera la representación del poder republicano mientras las instituciones se adaptaban a los tiempos: se constituyó un Comité Ejecutivo de la República, el día 15. Lo presidía Nicolás Belmonte, y lo formaban con él Rodolfo Martínez Acebal, Daniel Castellanos, Marcial Frigolet, Guillermo Fernández y Eleazar Huerta, y su principal acción fue la difusión de un manifiesto en el que se pedía a los ciudadanos que se mantuviera el orden. Del mismo modo que el gobernador civil era la única representación institucional de la República en las provincias, los ayuntamientos eran el 'gobierno' más próximo y cercano, en el que también se vivió el cambio de época.
En aquellos días, la corporación local albacetense vivió una serie de sesiones mediante las cuales, en un ambiente de convivencia y recelos contenidos, se hizo el traspaso del poder municipal a la nueva corporación. En una sesión extraordinaria, el 16 de abril cesaba de su cargo al alcalde José María Blanc; el acta recoge las disculpas porque la sesión no se adaptaba excesivamente a la letra de la ley, «porque las circunstancias no lo permiten», con lo que se justificaban las ausencias de algunos concejales electos. Recogía la vara de alcalde Alberto Ferrús, que dejaba muy claro que su cargo sólo tenía carácter accidental. Es interesante comprobar aquel ambiente de expectación y dudas; en la sesión municipal del Ayuntamiento de Albacete el alcalde monárquico entregaba el puesto a su sucesor republicano, pero éste insistía en el carácter accidental de la corporación, y anunciaba que no se iban a designar los cargos municipales «por esperar la llegada del Jefe político provincial señor Cortés, que se encuentra en Madrid para recibir instrucciones del Gobierno de la República».
Efectivamente, el 18 de abril se celebraba nueva sesión extraordinaria municipal, «bajo la presidencia del Excmo. Señor Gobernador civil de esta provincia, don Arturo Cortés Ortiz», para la constitución definitiva del Ayuntamiento. La corporación se componía de 32 concejales: 16 republicanos, diez monárquicos y seis socialistas. A esa sesión constituyente asistieron 19 ediles; faltaron los monárquicos y también algunos republicanos. Se eligió alcalde a Virgilio Martínez Gutiérrez. El día 20, en una nueva sesión, fueron tomando posesión más concejales, incluyendo a algunos monárquicos, y se pronunciaron palabras mutuas de colaboración y respeto. Otro centro de poder provincial también vivió el cambio de régimen de forma radical.
El día 21 de abril, el propio gobernador civil nombra a los diputados que forman una nueva Comisión Gestora para la Diputación Provincial, de cinco miembros (cuatro republicanos y un socialista), de la que se elige presidente a Enrique Navarro Esparcia. Navarro era compañero de partido (Alianza Republicana), de periódico (El Eco del Pueblo) y de logia masónica (logia Mendizábal) de Arturo Cortés. Tras la proclamación de la República -inicialmente presidida por Niceto Alcalá Zamora- se produjo un proceso de anulación de elecciones locales que en Albacete afectó prácticamente a media provincia; se trataba de eliminar las corporaciones monárquicas, que se sustituyeron por gestoras.
Un dato para la idiosincrasia hispana: en apenas un mes, prácticamente todos los caciques y líderes monárquicos se habían hecho 'republicanos', y volvían a ganar elecciones (el 31 de mayo hubo otras municipales) en candidaturas 'republicanas'. Sin complejos. En el censo de 1930, la ciudad de Albacete tenía 41.885 habitantes, de los que aproximadamente la mitad eran analfabetos. Las mujeres todavía no tenían derecho a voto en 1931; votaron por primera vez en las elecciones de 1933.
Eran los primeros pasos de una Segunda República que duró cinco años, y que Albacete, como el resto del país, vivió con intensidad y con algún que otro trágico sobresalto. El inicio, en cambio, fue totalmente pacífico y tranquilo; no sólo se realizó la marcha del día 14, sino que los días siguientes, siguieron los desfiles y conciertos en actos de celebración; la Banda de Música tuvo ocasión de afinar temas hasta entonces poco escuchados en público, desde La Marsellesa al Himno de Riego.
Fuente: La Verdad