Joaquín Albarrán el Masón
por Julio César Hernández (Doctor en Ciencias Médicas, especialista de Segundo grado en Medicina Interna, Profesor Titular de la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana e Investigador auxiliar)
Cuando se hable o escriba responsablemente sobre el desarrollo de la Urología, será imposible soslayar el nombre de Joaquín Albarrán (Sagua la Grande, Villa Clara, Cuba, 9 de mayo de 1860-París, Francia, 17 de enero de 1912), uno de nuestros más famosos médicos, considerado por sus contribuciones como el más completo de los urólogos modernos, y apreciado como un símbolo para todas las generaciones dedicadas a la especialidad.
Es apasionante la historia de este hijo de la Isla, fruto de un matrimonio constituido por Don Pedro Albarrán y de la Calle, natural de Cádiz, España, y Micaela Domínguez, nacida en Matanzas. La familia gozaba de una buena posición económica, pero no fue algo que Joaquín Albarrán disfrutara por mucho tiempo, pues muy temprano quedó huérfano junto a sus cinco hermanos.
Gracias a la tutela de su padrino, el doctor Joaquín Fábregas, el niño fue enviado a La Habana, donde recibió educación desde los nueve años, en el colegio de Belén. Y el 20 de junio de 1872, también por recomendación de su tutor, fue enviado a Barcelona junto con su hermano Pedro, donde continuó los estudios de bachiller.
Posiblemente el suceso que conllevó a ese viaje a través del Atlántico haya sido el crimen perpetrado por las autoridades españolas en Cuba al fusilar a ocho estudiantes de Medicina en La Habana, el 27 de noviembre de 1871. Muchas familias de la época, por el temor de perder a sus hijos, decidieron enviarlos a estudiar lejos del convulso ambiente que estremecía al país. Y el destino solía ser España, pues un mandato real de la metrópoli prohibía a la juventud criolla emigrar a Francia o a los Estados Unidos para realizar estudios. En aquel tiempo estos últimos países eran vistos como escenarios donde proliferaban las ideas independentistas.
Pero hay caminos que parecen estar prefigurados, y como tales se dan, a pesar de todas las precauciones y previsiones que intentan desdibujarlos. Cuando el joven Albarrán llegó a Barcelona se involucró, a través de una logia masónica, en el apoyo a la causa independentista cubana. Y lo hizo aportando fondos para esa lucha.
Albarrán tenía 17 años cuando alcanzó el título de Licenciado en Medicina. Con solo 13 había comenzado los estudios preparatorios con vistas a ingresar en la Facultad de Medicina, donde descolló como alumno aventajado y se ganó el cariño y la protección de maestros famosos.
Siendo licenciado se trasladó a Madrid para alcanzar el grado de Doctor, meta cumplida en noviembre de 1878, con las más altas notas. La tesis de grado que presentó se titulaba Contagio de la tisis. Fue ese su primer trabajo importante como escritor científico.
Graduado de Doctor en Medicina con solo 18 años, Albarrán resultaba demasiado joven para ejercer la profesión en Cuba. La Constitución vigente le prohibía ejercer sus conocimientos. Por eso, antes de regresar a la patria, el galeno decidió marchar a Francia con el fin de ampliar sus conocimientos. El prestigio de la enseñanza médica en la Facultad de París le atraía con fuerza.
Durante el viaje aconteció algo que marcó la vida del graduado, al punto de hacerle tomar la determinación de reiniciar la carrera como si nunca antes hubiera estudiado Medicina. El vagón en el cual viajaba sufrió un accidente y se descarriló. Había heridos y la conmoción entre los pasajeros era total. Un empleado del tren preguntaba a gritos si había algún médico para asistir a los necesitados. El joven no supo reaccionar. Avergonzado por tal actitud se prometió en ese instante no recordar que se había graduado como médico, y decidió empezar, desde cero, los estudios en París. Eso le permitió adentrarse en los laboratorios del colegio de Francia, donde el célebre profesor Louis Antoine Ranvier, impresionado por su talento, le ofreció facilidades de todo tipo para investigar. Albarrán pudo acudir, además, al laboratorio de Louis Pasteur para estudiar bacteriología. Cuando el profesor Ranvier supo en 1883 (año de graduación del alumno cubano) que Albarrán deseaba regresar a Cuba, puso todo su empeño en que desistiera. Para lograrlo mostró al muchacho las perspectivas que podrían abrírsele en Francia para su carrera científica, al tiempo de advertirle sobre un sombrío futuro en la Isla. Le aseguraba también que desde París podía crecerse como científico y ayudar a sus compatriotas.
El joven aceptó quedarse y prosiguió una carrera que estuvo marcada por numerosos triunfos. Trabajó y estudió infatigablemente en las cátedras de reputados profesores, como el célebre bacteriólogo Pasteur, o el gran Guyon, maestro de fama universal y fundador de la cátedra de las vías urinarias, conocido como el «padre de la Urología francesa». El talentoso cubano fue el primer cirujano en Francia que realizó un tipo de operación (la prostatectomía perineal) para el tratamiento del cáncer prostático. Está reconocido como el inventor de un instrumento conocido como uña de Albarrán; y en el escenario clínico realizó relevantes aportes. Ganó tres veces el Premio Goddard, de la Academia Francesa de Medicina. En 1908 dirigió el Primer Congreso Internacional de Urología.
Solo 51 años tenía el excepcional clínico, urólogo, histólogo y bacteriólogo cuando falleció en París el 17 de enero de 1912, como consecuencia de una tuberculosis. Había contraído la enfermedad en el Hospital Necker al terminar una nefrectomía (operación para quitar el riñón) a un paciente joven que padecía de tuberculosis renal. Accidentalmente, un escalpelo contaminado se había deslizado más allá del pretendido objetivo y provocó una pequeña incisión en la mano del afamado médico, diabético desde hacía algún tiempo, quien 20 días después del suceso encontró la muerte. El mismo año de su fallecimiento, Albarrán había sido nominado para el Premio Nobel de Medicina.
Haber pasado casi todos los años de su existencia en otro país, no desligó a Joaquín Albarrán de su tierra natal. Visitó la Isla en dos ocasiones. Durante la primera, que tuvo lugar en 1885, cuando tenía 25 años de edad, recibió varios honores y discursos que personalidades de la época le prodigaron. En algún momento, sobrecogido por los elogios, expresó: «Las canas aplaudiendo a un imberbe son un bálsamo a mi corazón y un estímulo a mi inteligencia».
La segunda visita fue en 1890. Albarrán, a sus 30 años, volvió a disfrutar de un acogedor recibimiento. En Sagua la Grande, su ciudad natal, lo enaltecieron con la distinción de Hijo predilecto. En el banquete que sus colegas le ofrecieron levantó la copa para decir: «Brindo, señores, porque se le den a Cuba los elementos que le faltan para su completo desarrollo científico y por el porvenir de la ciencia, que tendrá consigo el porvenir moral y material de la tierra en que nacimos».
Albarrán era amante de su patria. Si alguien ofendía de palabra a Cuba, o menospreciaba a algún cubano valioso, estaba él presto para la defensa. Así ocurrió con cierto señor que pretendió mancillar la fama y gloria bien ganada del sabio cubano Carlos J. Finlay, a quien le querían arrebatar el mérito de haber descubierto el agente transmisor de la fiebre amarilla. Entonces salió en defensa de su compatriota y afrontó al señor con esta expresión: «¡Atrás, nada contra Cuba, nada contra los cubanos!». En cuanto a su ciudadanía francesa, el joven médico declaró a un semanario en 1890, como para despejar toda duda acerca de sus más profundas raíces: «Si los azares de la vida me han hecho adoptar por patria a la gran nación francesa, nunca olvido que soy cubano y siempre tenderán mis esfuerzos a hacerme digno de la patria en que nací».
Fuente: Juventud Rebelde