COMPAÑEROS HASTA LA ETERNIDAD, Las últimas palabras del mártir

viernes, 20 de marzo de 2009

COMPAÑEROS HASTA LA ETERNIDAD, Las últimas palabras del mártir


“Hay 2 clases de hombres, quienes hacen la historia y quienes la padecen”
Camilo José Cela

Se dice que la historia es una sola, escrita y realizada por los hombres y los pueblos que la hicieron, sin embargo, en algunos casos la escriben los vencedores, no los vencidos; y este es el caso de LUIS VARGAS TORRES, héroe desconocido y mártir de la revolución liberal, que en muchas escuelas y colegios, además del ciudadano común, desconocen de este personaje y su trascendencia, ya que sus victimarios se encargaron de ocultar su historia ya que ésta constituye una de las páginas más negras de la historia republicana y una vergüenza nacional.

Nació en Esmeraldas en 1855 y fueron sus padres el comerciante Luis Vargas natural de Tumaco, fallecido hacia 1860 y Delfina Torres de la Carrera, que contrajo segundas nupcias con el Vicecónsul de Nueva Granada en Esmeraldas, Uladislao Concha Piedrahita.
En 1867 fue enviado con su hermano Rómulo a estudiar la secundaria en el colegio San Gabriel de los jesuitas de Quito.

En 1872 y a causa de la influencia religiosa que había recibido, ingresó al Seminario con la intención de hacerse sacerdote. Se vivían los tiempos tenebrosos de la dictadura teocrática garciana y el conflicto entre ciencia y fe, era notorio en el ambiente. El papado, a causa de la toma de Roma por las fuerzas garibaldinas, había declarado la guerra al liberalismo y a todo cuanto tuviera visos de modernidad. Una cúpula religiosa fanatizada y obscurantista mantenía a la iglesia ecuatoriana en una dolorosa postración a los pies del tirano, de suerte que el joven Vargas Torres, desilusionado del ambiente, volvió a Esmeraldas el 75, de escasos veinte años, pero convertido en un intelectual serio y circunspecto, dueño de una bien cimentada cultura y de un estilo literario nítido que mucho le serviría en el futuro.

Solía escuchar con atención a los demás, era pulcro hasta la elegancia y aunque había perdido la fe religiosa y no acostumbraba rezar nunca, creía firmemente en la existencia de un Dios altísimo, justo y omnipotente, materializado en el hombre en su incesante búsqueda de la verdad y el camino hacia la libertad, meta definitiva marcada por el progreso, la ciencia y la civilización.

Con su primo Julio Concha Campuzano estableció la primera fábrica de hielo que se conoció en Esmeraldas. Se enamoró de la bella Gertrudis Gil, hija de unos parientes colombianos, planearon contraer matrimonio y hasta adquirió el vestido de novia, pero la voluble joven prefirió a su socio Julio y para evitar inútiles conflictos decidió abandonar Esmeraldas y con parte del dinero que le correspondía en herencia viajó a Guayaquil donde fundó una firma comercial dedicada a la importación y exportación.

En 1882, después de la proclamación de dictador del General Ignacio de Veintimilla, golpeado sentimentalmente y aún sentido con la muerte de su medio hermano, Clemente Concha Torres, acaecida en Esmeraldas en uno de los combates de Eloy Alfaro con fuerzas gobiernistas, liquidó su negocio y se dirige a Panamá donde se encontraba Alfaro y le entrega todo su dinero para la compra de armas e iniciar la campaña para derrocar al régimen militar.

Vargas Torres regresa a Esmeraldas el 6 de enero de 1883, y tras duro combate se apodera de la ciudad, el General Alfaro, conocedor de este triunfo, regresa al país en marzo del mismo año y logra apoderarse de la provincia de Manabí.

Para derrocar la dictadura de Veintimilla, Alfaro se unió con las tropas conservadoras, con la condición de que después del triunfo convocarían a elecciones, éstas, comandadas por José María Sagasti, gobernaban la sierra.

El 9 de julio cae de Veintimilla con la toma de Guayaquil, seguidamente se convoca a una convención, presidente de la cual fue elegido Francisco Salazar, enemigo acérrimo del liberalismo, Vargas Torres es elegido Diputado y violando expresamente el acuerdo entre Sagasti y Alfaro, sin tomar en cuenta a los liberales, la convención que tenía mayoría conservadora, elige presidente constitucional a José María Plácido Caamaño.

Los liberales habían sido derrotados después de ganar la batalla, traicionados por sus mismos compañeros de armas de ayer.

Vargas Torres y Alfaro regresan a Panamá para preparar una nueva ofensiva tendiente a derrocar a Caamaño que representaba el continuismo del mismo sistema opresor que fue práctica cotidiana desde García Moreno y de Veintimilla.

Al respecto José Peralta escribía:

“Caamaño, con igual despotismo que García Moreno, sostuvo el mismo orden de cosas, convirtiendo el solio presidencial en mostrador, la república en lonja y la religión en negocio mercantil. El gobierno de Caamaño no fue sino de peculados, cómicas apariencias de devoción religiosa e informalidades en todo linaje de asuntos. Se prescindió de la doctrina liberal en absoluto y solo se pensó en la comodidad de la familia, amigos y serviles.

En Panamá se gestaba la revolución, Vargas Torres, según Alfaro, había contribuido con mayor cantidad de la que había ofrecido.

El General Rufino Barrios, presidente de Guatemala, junto con Rafael Zaldívar, presidente de El Salvador, acordaron ayudar a la causa liberal con 25.000 pesos los que se invirtieron en la compra del buque Alahuela en Costa Rica.

Además de los muchos apuros económicos por los que pasaron para la compra de las armas, se encontraron con un imprevisto, por lo que tuvieron que actuar rápidamente, el embajador de Ecuador en Panamá, había descubierto el plan de los revolucionarios por lo que tuvieron que prescindir de más de 500 voluntarios para no despertar sospechas al abordar. Partieron el 15 de noviembre de 1884, con la seguridad que las fuerzas caamañistas les estaban preparando la bienvenida y los 17 valientes que venían en el Alahuela estaban dispuestos a enfrentarlo.

El 20 de Noviembre estando frente a las costas de Tumaco, un tripulante advirtió que una nave fuertemente armada se dirigía hacia ellos, era el buque ecuatoriano 9 de Julio, que por el oportuno aviso de la salida del barco revolucionario, había sido enviado para impedirle el ingreso en aguas ecuatorianas.

El General Alfaro quería evitar cualquier combate mientras no pusiera en tierra ecuatoriana el armamento que llevaba a bordo, por lo que ordenó poner marcha hacia el puerto Tumaco, pero el buque enemigo, mucho más veloz que el suyo le corto la entrada a la Bahía.

El combate era inevitable, y Vargas Torres, Jefe de Estado Mayor de la expedición estaba conciente que el enemigo era mayor en número y muy bien preparado, mientras que sus oficiales, excepto uno, no eran marinos ni artilleros.

Había una sola alternativa, pelear hasta que los dos buques se hundan, y ordenó embestir al 9 de Julio, pero este mucho más veloz esquivó los proasos, mientras mantenían nutrido fuego de cañón y fusilería.

La nave enemiga se ubicó en la garganta El Morrito, la parte más estrecha para entrar a la Bahía, había que estrellarse, y Alfaro ordenó la cuarta embestida, el Alhajuela, partió forzando sus motores sobre su adversario, y este al ver la maniobra decidida, despejó la bahía mar a fuera.

Muy cobardemente huyó el enemigo, nosotros lo pitamos largamente, pifiándolo, escribía Vargas Torres en su diario, y continuaba: el 23 de noviembre arribamos a Esmeraldas, pero como nuestro atraso era de 8 días, nuestros compañeros ya habían tomado la ciudad, había alguna alegría, pero no como el 6 de enero, la heroica Esmeraldas se había transformado en un campo de miseria, la Esmeraldas del 80 no era la misma del 84.

Vargas Torres se quedó en Esmeraldas para organizar las huestes militares, mientras Eloy Alfaro se dirigió al sur a bordo de su barco con el propósito de apoderarse de Manabí.

Se enfrentó con los bien equipados buques gobiernistas, los soldados liberales abordaron el vapor Huacho, machete en mano, pero el 9 de Julio, superior en armas tomó la ventaja y terminó venciéndolos.

Alfaro, derrotado, atraviesa la selva y se refugia en las chozas de los Cayapas a orillas del rio Esmeraldas, mucho tiempo después que el caudillo es asesinado por la sociedad Placista clerical, llegan estos indios a Quito en busca de “compadre Alfaro” para contarle el olvido y las injusticias que seguían siendo víctimas.

La derrota liberal no dispuso un cambio social, pero glorificó su espíritu cívico y rebelde levantando el pendón rojo de la libertad contra un régimen de opresión y tiranía.

El combate de Tumaco, la actitud temeraria de Alfaro frente a las costas manabitas, la entrega desinteresada de Vargas Torres y la inmolación de todos sus héroes en pos de la ansiada libertad;….todos estos incidentes gloriosos pasaron como nubes de batalla por la mente de Vargas, mientras meditaba en la cubierta del barco que lo llevaba a Lima tras la fatídica derrota, que no había turbado su mirada ni ensombrecido su rostro. Pero había que aceptarlo, la jornada que recién había comenzado, de pronto había sido sorprendida por el ocaso, mañana comenzará de nuevo.

Los liberales peruanos de los cuales muchos eran masones lo recibieron muy fraternal y solidariamente, invitándolo a que participe de sus trabajos. El 28 de Enero de 1886 vio la luz de la verdad en la R.: L.: S.: Orden y Libertad Nº 2 del Oriente de Lima, donde llegó al grado de Maestro.

En su opúsculo: “La revolución de 1884” escribía:

“Es imposible que una nación pueda prosperar a la sombra del terror y del fanatismo católico, la experiencia nos lo enseña, y viendo estamos que en el mundo civilizado son las más atrasadas las naciones donde imperan esos dos resortes del retroceso. A esta cadena se halla atado el Ecuador y mientras no la despedace y recobre su libertad, seguirá estacionario en la pendiente del progreso.

¿Cómo no reconocer el derecho que asiste a los buenos ciudadanos para atacar a un régimen opresor y oprobioso y en todo contrario a las aspiraciones del pueblo?

Que los enemigos obtengan el triunfo una o muchas veces, que después de la victoria se ceben en sus víctimas llenando las de groseras calumnias, calumniándolas o mandándolas al patíbulo, no quiere decir que debemos someternos al tirano, ni mucho menos que quede destruido ese derecho como lo han pretendido algunos paniagudos secuaces del terror”.

La propuesta en venta del vapor Vilcanota, hecha en El Callao al General Alfaro despertó el entusiasmo digno de la causa, y todos, inmediatamente estaban en posición de combate, frente a la arremetida liberal el Congreso estableció meses antes la pena de muerte para quienes fueran sorprendidos en afanes revolucionarios. Sin embargo, nuestro hermano Luis Vargas Torres no se arredró y atacó por tierra la frontera sur y el 1 de diciembre de 1886 acampó en los alrededores de Catacocha, pero por las noticias que recibió que Loja estaba desguarnecida por la concentración de fuerzas en Celica, donde se esperaba el primer ataque, desvió la marcha y se dirigió a la capital de la provincia.

Les propuso deponer las armas, el resultado fue negativo y horas después el fuego rompió por los 2 bandos. La batalla fue encarnizada, el pueblo alentado por el fanatismo de la época, corrió a los cuarteles y tomó las armas.

Tras dura lucha, Vargas Torres tomó la ciudad y lanzó el siguiente comunicado a sus soldados y compatriotas:

“Compañeros:
Os cabe la gloria de haber abierto una de las puertas de la república al Partido Liberal que siempre ha estado en la proscripción y entre cadenas, y de haber asestado un golpe mortal al pecho ultramontano, me siento orgullosos de ser el jefe de tan valientes como aguerridos defensores de la libertad y del derecho.

Conciudadanos:
No descansemos en trabajar en la gloriosa obra que hemos emprendido, seamos tenaces obreros de la libertad hasta coronarla en el capitolio con los laureles que obtengamos en la lucha y cumplido ese sagrado deber nos quedará la satisfacción de ser buenos hijos de la patria.

f.- Juis Vargas Torres, Jefe de Operaciones y Delegado del Supremo Gobierno Provincial”.

La conducta de los revolucionarios, durante y después del combate de Loja fue la de quienes no tienen otro interés que el de salvar al país de la postración en que se encontraba, especialmente de Vargas Torres se dice que su espíritu fue altamente humanitario y su sentido de tolerancia hacia los hechos.

Caamaño, enterado de la ocupación de Loja por los revolucionarios, dispuso que las fuerzas acantonadas en Celica, al mando del Coronel Antonio Vega Muñoz, marcharan cuanto antes y recuperaran la ciudad.

El 7 de diciembre los gobiernistas tomaron la ciudad, los revolucionarios no llegaban a 300 y tenían un ejército al frente, sus armas eran pocas y los estaban rodeándolos de cañones y tanques, y las provincias del interior sugestionadas por clérigos y mercenarios les negaron toda ayuda. Después de un combate de 5 horas, cae prisionero nuestro Hermano Vargas Torres.
Inmediatamente fueron trasladados a Cuenca, Manuel J. Calle, testigo presencial de los hechos, escribía:

“Encadenados como perros en fúnebre procesión, en medio de una doble fila de soldados, entraron los desgraciados en la ciudad de las sombrías intolerancias clericales, e inmediatamente comenzó el martirio. Cuan largos meses aquellos para los que gemían con el grillete al pie en los oscuros calabozos de Cuenca, una farsa de juicio se urdía en las tinieblas y bailaban de gozo los triunfadores”.

El Coronel Vargas Torres asume personalmente su defensa y con voz de héroe que no le tiene miedo a la muerte se enfrenta al Consejo de Guerra y exclama:

“Los decretos de la Legislatura, violando la constitución ha convertido al gobierno en victimario de los ecuatorianos que no siguen sus banderas. No vengo a justificarme de los cargos y recriminaciones que cobardes y ruines enemigos me han hecho al verme en esta situación, por que mi conducta no lo necesita. Solo protesto por las leyes que por desgracia rigen a este país y contra los actos del gobierno que la humanidad y la civilización condenan.

Hemos visto amordazar la prensa liberal y disolver nuestro partido, nuestros derechos han sido pisoteados e ilusorias nuestras garantías, hemos sido calumniados e insultados por la prensa asalariada y gobiernista y las persecuciones del gobierno no han tenido límite. ¿No creéis que tenemos suficientes razones y mucho derecho para defender con las armas el honor que tienen todo ciudadano republicano?

Después de la toma de Loja, los difamadores de oficio emprendieron su laboriosa tarea, pretendiendo con sus calumnias e infamias manchar la conducta del enemigo que esta impotente y entre cadenas, ellos que no tuvieron el valor de poner su pecho frente a nuestras balas.

Os repito señores jueces que no trato de defenderme, estoy bajo la sanción de vuestras leyes, juzgad, fallad, que yo he cumplido con mi deber”.

Por un boto en contra, el consejo de Guerra integrado por 7 miembros, condena a nuestro hermano y a 4 de sus oficiales: José Cavero, Jacinto Nevárez, Filomeno Pesántez y Manuel Piñárez a la pena capital.

Todas las soñadas glorias se habían esfumado, las nobles ambiciones juzgadas como crímenes, mañana no quedará de todo ello sino el despojo fúnebre de sus héroes ¡Pobre Patria! Renacerá a caso la flor de la libertad aunque a la semilla se la riegue con sangre y lágrimas en el patíbulo?

Los condenados invocaron la magnanimidad del presidente de la República, pidiendo clemencia para que les perdone sus errores. En medio de esa soledad y desesperación que inspiran las gradas del cadalso, Vargas Torres era el único que demostraba su fortaleza, rechazó en repetidas ocasiones la insinuación para firmar su solicitud de perdón; en carta dirigida a su madre le dice:

“Por mi defensa que le incluyo, verá que no he temido al hacha del feroz ultramontano, tampoco me he humillado solicitando la conmutación de la pena, siempre he creído indigno de un hombre solicitar el perdón del enemigo.”

Sesenta y siete días después del célebre Consejo de Guerra dos personas que son figura en la historia, Luis Cordero y Rafael Arízaga, después de muchas gestiones y de suplicar al noble coronel a nombre de los liberales de Cuenca y de sus compañeros de infortunio, lograron que firmara su solicitud de indulto.

“Muy duro, dice Luis Vargas Torres me pareció no complacer a un deseo tan general, y accedí, aunque contrariando mi voluntad solicité al poder ejecutivo la conmutación de la pena”. Pero el documento, a más de lacónico, en cierto modo era como una provocación:

“Excmo. señor:
Luís Vargas Torres, preso en esta ciudad a consecuencia de haber caído prisionero el día 7 de diciembre próximo pasado, en el combate habido en la ciudad de Loja, y habiendo sido condenado a la pena capital por el Consejo de Guerra Verbal, pide, conforme a un derecho que le concede la Constitución, que Vuestra Excelencia y el Honorable Consejo de Estado le conmuten la pena.
Cuenca, Marzo 11 de 1887.

Pero la posición del presidente Caamaño estaba clara, había que terminar con el cabecilla de la revolución. En el proceso a los héroes liberales se había violado la constitución, se había quitado la potestad a quienes tenían el derecho de administrar justicia y la respuesta del tirano a la solicitud de indulto de nuestro hermano fue que: “esta no pudo ser considerada por haberse tramitado demasiado tarde”.

Si por un lado, nobles ciudadanos lograron que Vargas firmara la solicitud de indulto, por otro, los que desconfiaban de la efectividad del procedimiento planeaban su fuga, entre ellos el joven Ezequiel Sigüenza, oficial de guardia la noche del escape.

La noche del 15 de marzo Vargas Torres abandonó su celda, miró con emoción el camino de la libertad, debía seguir a Paute, Gualaceo, Santiago y salir al Amazonas para llegar a Brasil. Con paso rápido se alejó, pero de pronto se detiene, no podía alcanzar la libertad dejando a sus oficiales y soldados en manos del enemigo, con sus vidas pagarían por su fuga, llamó al oficial cómplice de la evasión, le ofreció dinero, lo invitó a fugar con él y que deje libre a sus camaradas, pero no accedió a su pedido, y Vargas Torres, mártir de deber y la lealtad, volvió a su celda entre grillos y cadenas.

Todo lo había hecho por la libertad pero nunca la había saboreado, luchó y sucumbió por un ideal generoso, se reveló contra la tiranía en defensa de un pueblo y ese pueblo lo abandonó, tuvo miedo de ser libre.

La ejecución debía realizarse el 19 de marzo, pero ser esa fecha el onomástico del tirano José María se la había postergado para el 20, ya que no querían manchar con sangre la fiesta del presidente; esa misma noche recibió la visita de Miguel León, Obispo de Cuenca para iniciar la lucha de principios.

-Le digo que es absolutamente imposible acceder a lo que pide, soy un hombre de principios y se morir con mis ideas; -respondió Vargas Torres cuando el religioso trató de convencerlo para que se arrepienta de sus pecados libertarios- ustedes ven la luz de un lado y yo la veo desde el opuesto. El sacerdote insistió y la respuesta fue terminante: No es posible convenirnos reverendo, pierde usted su tiempo y me lo quita a mi inútilmente y su insistencia me fatiga sin objeto.

El cansancio de la derrota estaba anidando en su pecho y el desaliento moral le gangrenan y le matan antes de la hora que ha señalado su verdugo y no era justo que sus últimos momentos se desperdicien en un tema que estaba agotado y resultaba una necedad. El tiempo corre y pronto volará al Oriente Eterno y su sangre regará el germen de la libertad, ese momento recordó su testamento masónico que había firmado en su iniciación:

“Cuáles son sus deberes para con el prójimo?”

“No entregarle dádivas materiales mentirosas, sino derramar hasta la última gota de mi sangre para que al contacto con el astro rey ilumine de libertad todas las regiones de mi patria”.

Paradójico!!!

Le pareció que la muerte, muchas veces postergada por él en el campo de batalla, mañana iba a ser puntual a la cita en la plaza de Cuenca y había que decir la última palabra. La proximidad del suplicio no desanimó su espíritu ni su inspiración y la pluma vuela sobre el papel en esa confesión suprema:

“Al borde de mi tumba tengo que aplacar la furia de mis enemigos que tan arrojados se muestran en el crimen, fatídicos búhos que desde las cavernas que se esconden con sus salvajes graznidos amedrentan al corazón pequeño y apocado, pero no al que tiene la convicción de morir por su patria y salvar a sus hermanos de la tiranía.

Todo partido político forma sus principios de acuerdo a sus buenas costumbres y civilización, de aquí nace la diferencia tan grande entre el partido Liberal y el Conservador, mientras el primero perdona, el segundo asesina, de aquí el orgullo y altivez del uno y la hipocresía y el crimen del otro, de aquí la sensatez y generosidad de aquel y la ferocidad y abyección de este”.

Que desazón sentiría nuestro hermano al ver que casi cien años después estos 2 partidos se unían para formar el Frente de Reconstrucción Nacional que llevó al poder a León Febres Cordero, para auspiciar la muerte lenta y la explotación del marginado, estos partidos que al fin, no fueron partidos sino partidas hambrientas de poder.

Esa misma noche escribe la última carta a su madre:

“Desde mi prisión de Cuenca, marzo 19 de 1887

Comprendo muy bien madre mía que este, mi ultimo adiós te hará sufrir mucho, pero como irme a la eternidad sin despedirme de los seres que más quiero, de ti madre querida, de María, de Esther de Teresa y de Delfinita?

Se que mucho sufrirás con mi partida, pero aquellos insensatos que me matan por satisfacer una vil venganza, creen contener el vuelo de la revolución con este crimen y no saben esos infelices que lo que hacen es darle más aire y más espacio, quiera Dios madre mía que yo sea la última víctima que presencien los pueblos.

No puedo más, las lágrimas brotan de mis ojos sin cesar y mi corazón desfallece. Adiós madre querida, no desesperes, tus hijos necesitan de tu apoyo y tus sufrimientos te abren el camino de la felicidad, Adiós. Tu hijo, Luis”.

Era la mañana del domingo 20 de marzo. El ambiente era frio y triste, propio de esa época de invierno. Negros y enormes nubarrones anunciaban tempestad. Grupos de curiosos se iban apiñando en la plaza de cuenca, en muchas caras se veía angustia obsesionados por aquello tan terrible e irremediable que iba a ocurrir.

Seguidamente llegaron los niños guiados por sus maestros, se los ubicó de tal forma que vieran claramente lo que iba a pasar, la consigna era que no perdieran ni un solo detalle, para que desde su tierna edad supieran lo que cuesta atentar contra el gobierno…..y perder.

Del portón del cuartel sale el joven coronel, alto y cenceño, atractivo, de apenas 32 años, con la mirada altiva y el paso firme, iba a morir y lo consideraba como un suceso más de su vida, vestía de negro, botas altas y traía calado su característico Jipijapa de alas anchas, el que solía llevar en los combates.

Venía escoltado por militares y religiosos, los mismos que cruzaron una mirada de satisfacción cuando el presidente comunicó que la ejecución debía cumplirse lo antes posible.

Precedía el fúnebre cortejo la banda de guerra que marcaba el paso con trompeta ronca y tambor destemplado, seguida de la numerosa escolta que iba con las armas a la funerala, mientras que el pueblo inerme y silencioso veía con indignación ese alarde de fuerza, ese aparato de combate….
Contra quien?

Contra un hombre solo y sin armas...

Pero son las armas de los esbirros y los opresores! Ah…pero si el pueblo tuviera armas!...saben que no las tienen y por eso se presentan fingiendo valor, desafiando la cólera impotente, pisoteando sus derechos.

De pronto una voz ordenó ¡alto! Para dar lectura a la sentencia de muerte. Era una voz fría y seca, la voz misma de muerte, parecía que no brotaba de una garganta humana sino de una máquina terrible.

Nuestro hermano la escuchó inmóvil, con la mirada puesta más allá de la niebla asentada sobre las montañas, más allá de la vida.

“-Va a procederse a dar cumplimiento a la sentencia de pena capital en la persona de Luis Vargas Torres, se hace presente que quien protestare correrá igual suerte”

“Donde debo colocarme? Terminemos de una vez, respondió nuestro hermano con voz firme.

El oficial no encontró voz alguna en su garganta, las palabras se negaban a salir de su pecho, con la espada señaló el cuarto arco de la casa municipal, frente a la catedral, donde se oficiaba la misa matutina, en la cual, el momento que la campanilla anuncie la eucaristía, anunciaría también que se dispare la descarga mortal; en el momento que según ellos Cristo el Libertador resucitaba en las hostias, otro libertador moría en el patíbulo.

Ocupó el lugar señalado, pero el oficial tenía la orden de degradar a la víctima y le ordenó arrodillarse de espaldas al pelotón.

Luis Vargas Torres estalló, se le encendió el rostro de rabia y con voz que ensordeció el espacio respondió:

Yo arrodillarme? De espaldas? No!!! El fuego se recibe de frente.

Ese momento recordó a su valiente Mayor Sepúlveda que lo acompañó desde Panamá a bordo del Alahuela, peleó en Tumaco y culminó en Manabí, herido fue tomado prisionero y fusilado inmediatamente por el hecho de que un extranjero había increpado al presidente su forma de actuar, quisieron vendarlo y se negó, dijo que quería ver salir las balas del cañón del verdugo. "¡Canallas, Asesinos! ¡Viva el Partido Liberal conchetumadre!" Su grito apagó el fragor de los disparos y los disparos apagaron su grito. Sepúlveda ocupó un lugar muy grande en el corazón de Vargas Torres, apoyó la lucha liberal sin esperar recompensa, solo quería acabar con la tiranía, y cuando la libertad se consolide regresar a su patria con la satisfacción de deber cumplido, regresar al país de luengas costas, regresar a su añorado Chile.

Pronto la mirada de nuestro hermano encontró a sus compañeros de infortunio, los que pidieron el indulto, que habían sido llevados para que lo vean morir, se sacó su fino sombrero y con un elegante movimiento se despidió de ellos:

“COMPAÑEROS HASTA LA ETERNIDAD”

El oficial comprendió que era imposible cumplir con esa orden cruel, implorante, casi con dulzura insistió:

-Por lo menos permítame vendarlo coronel-

Nunca!!! Contestó con tono de mando el heroico joven y se colocó de blanco al plomo fratricida, se puso al orden, los pies en escuadra y su mano derecha en la garganta, apretó los labios y miró con desprecio a sus verdugos.

De pronto se le dibujó una melancólica sonrisa, la figura campirana del jefe de la escolta, le recordó a su compañero de armas, el coronel Pedro Montero, era el mes de julio 1883 días antes de la toma de Guayaquil, el General Alfaro había ordenado a Montero inspeccionar la posición del enemigo, éste a su regreso informó:

-Mi general el enemigo está atrincherado en el cerro del Carmen.
-Cuantos son? Preguntó Alfaro.
-1002 mi general.
Sorprendido Alfaro, preguntó como conocía esa cifra con exactitud y Montero respondió:
-2 estaban de guardia, y más atrás había como mil.
Recuerdos, recuerdos...
En la plaza de Cuenca el silencio era profundo, parecía que hasta el corazón de la multitud no palpitaba, en ese momento de ansiedad dolorosa y tristeza suprema.
Del interior de la catedral se escucho una oración:

Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección...
Y el clero dio la señal de la descarga, se oyó la campanilla como una máquina de guerra, se escuchó un cañonazo de 5 disparos que le hirió el vientre y aún tuvo fuerzas para señalar con sus dos índices el corazón, una segunda descarga acabó con su vida y nuestro hermano cayó derribado sobre el duro empedrado.

Su amigo, el político conservador, Ángel Polibio Chávez le describió así: “tenía la suavidad de un niño y el alma de un atleta, por eso cayó como un gigante”.

Todo había terminado, una nueva infamia habían escrito los conservadores en la historia ecuatoriana y los asesinos se retiraron a sus cuarteles lamiendo las bayonetas manchadas de sangre.

La caridad arroja un lienzo sobre el destrozado cadáver que debería ir cubierto con la bandera de la patria, ensangrentada y hecha pedazos igualmente, pero falta esa caridad cristiana, por hereje y masón no hay un lugar para los despojos del mártir en el Jardín de la Paz. Los que le amargaron los últimos instantes de su vida, los supremos y más solemnes representantes de la religión católica, apostólica y cuencana, muerto, le negaron sepultura.

Su cadáver fue arrastrado como el de un perro y arrojado en Supai Huaico o Quebrada del Diablo,
lugar destinado a los que la intransigencia clerical no admiten en sus camposantos. Esa noche, la familia de Carlos Zevallos Zambrano, subrepticiamente le dio sepultura cerca del cementerio. Allí debía permanecer hasta el triunfo del liberalismo en 1895. El General Alfaro, ordena trasladarlo a un Mausoleo en Guayaquil, mientras el Congreso le rinde honores de héroe nacional.

El atentado conmovió a América, muchos países hicieron oír su voz de protesta.

En Lima, su Logia Madre celebró una Tenida Fúnebre la noche del 30 de Septiembre de 1887, con asistencia de numerosas Logias de ese Gran Oriente y de algunos Hermanos Liberales Ecuatorianos, entre ellos Felicísimo Lopez y López, periodista manabita exiliado en Lima que agradeció el homenaje a nombre del pueblo ecuatoriano y quien años después generaría un irreverente y atrevido debate con el cura Schumacher, obispo de Portoviejo, en una carta pública de 20 páginas que la tituló “Carta a un Pastor”.

El sarcasmo del tirano también se hizo presente:

“El gobierno ha perdonado a gavillas de insurrectos, ha dado repetidas órdenes de indulto, otorgando la vida a todos los condenados en forma legal, esperando que con la meditación de sus errores lleguen más tarde a ser ciudadanos útiles y voceros de la generosidad del gobierno con ellos ejercida. Pero ésta no pudo extenderse a Luis Vargas Torres, principal cabecilla de la invasión a Loja ya que se resistió a pedir clemencia.

Muy sensible ha sido esta medida para mi Gobierno, pero ella, revestida de la más estricta legalidad, llegó a hacerse ineludible ante las exigencias de la vindicta pública”.

En enero de 1953 por iniciativa del Municipio de Esmeraldas son trasladados los restos del mártir a un mausoleo a su ciudad natal, se celebra una Tenida Fúnebre en el Templo Masónico de Guayaquil, en donde se le rinden honores en nombre del Soberano Consejo del Grado XXXIII en el que se destacó en forma particular el hecho histórico del rechazo a la evasión propuesta por sus amigos por la sola razón que sus compañeros de prisión pagarían con su vida.

El Q:. H:. Luis Vargas Torres, es uno de los mayores iconos del hombre libertario del Ecuador. Vivió apenas 32 años, pero fueron suficientes para dar un aporte extraordinario a la causa liberal y al país.

Estudiar a Luis Vargas Torres, ha significado una impresión similar a la que experimento cuando leo o escucho que a la Masonería se debe la independencia de Estados Unidos y la Libertad Latinoamericana, la abolición de la esclavitud, la enseñanza Laica y la Revolución Francesa o que Bolivar, Washington y Gandhi fueron Masones, grandes hombres y nobles causas; en los cuales debemos inspirarnos para cual dios Janus, el Dios romano de 2 caras, que con la de la izquierda mira el pasado y con la derecha el futuro, aprender del pasado para proyectarnos al futuro en busca de la operatividad masónica y que cada uno de nosotros la practique con su mejor criterio, pero que siempre responda al noble postulado de combatir la ignorancia, la superstición y las tiranías.

Hagamos que nuestra augusta orden sea eso, -operativa-, que los principios de libertad, igualdad, fraternidad, tolerancia y solidaridad no solo sean conjugados de templo adentro, sino que estas nobles virtudes trasciendan en el mundo profano, donde tanta injusticia y desigualdad existe.

Salud Fuerza y Unión

Ven.: M.: Rómulo Sánchez Martínez, M.: M.:
R.: L.: S.: ARAUCO Nº 20
Or.: de Quito-Ecuador
Marzo de 2009, e.: v.: